domingo, agosto 13, 2017

SAN HIPÓLITO, MARTIR
Vida de los Santos de A. Butler
(235 d.C.) - El Martirologio Romano menciona en este día a San Hipólito, el mártir cuyo nombre aparece en las "actas" de San Lorenzo. Según ese documento tan poco fidedigno, Hipólito era uno de los guardias en la prisión donde se hallaba Lorenzo, convertido y bautizado por él. Hipólito asistió al entierro de Lorenzo y cuando el emperador lo supo, le mandó llamar y le reprendió por haber profanado el uniforme militar con "una conducta indigna de un oficial y un caballero." En seguida le mandó azotar, junto con su nodriza Concordia y otros diecinueve mártires, que murieron en la tortura. Sólo Hipólito salió con vida de la flagelación y fue condenado a perecer arrastrado por un tronco de caballos. Esto constituye un dato muy sospechoso, si recordamos que el hijo de Teseo, Hipólito, huyendo de la cólera de su padre, se encontró con un monstruo que espantó sus caballos; el héroe resbaló de su carro, se enredó en las riendas y murió despedazado contra las piedras. [El nombre de Hipólito significa "caballo desbocado." Si se tiene en cuenta la historia del martirio de este santo y el significado de su nombre, se comprenderá fácilmente que San Hipólito haya sido adoptado como patrón de caballerizas, cabalgatas y jinetes]. Los verdugos de San Hipólito escogieron los dos caballos más salvajes que encontraron, los ataron con una larga cuerda y colgaron de ella al mártir por los pies. Los caballos le arrastraron furiosamente sobre piedras y rocas; el suelo, los árboles y las piedras quedaron salpicados con la sangre del mártir. Los fieles que presenciaban la ejecución a cierta distancia, se encargaron de recogerla en pañuelos y reunieron los miembros y huesos del santo, que se dispersaron por todas partes.
Esta leyenda es probablemente una pura novela. Según parece, el mártir que la Iglesia conmemora en este día era un sacerdote romano llamado Hipólito, que vivió a principios del siglo III. Era un hombre muy erudito y el más destacado de los escritores teológicos de los primeros tiempos de la Iglesia de Roma. La lengua que usaba en sus escritos era el griego. Tal vez había sido discípulo de San Ireneo, y San Jerónimo le calificó de "varón muy santo y elocuente." Hipólito acusó al Papa San Ceferino de haberse mostrado negligente en descubrir y denunciar la herejía. Cuando San Calixto I fue elegido Papa, Hipólito se retiró de la comunión con la Iglesia romana y se opuso al Sumo Pontífice. Durante la persecución de Maximino, fue desterrado a Cerdeña junto con el Papa San Ponciano, el año 235 y allá se reconcilió con la Iglesia. Murió mártir en aquella isla insalubre a causa de los malos tratos que recibió. Su cuerpo fue, más tarde, trasladado al cementerio de la Vía Tiburtina.
Prudencio, basándose en una interpretación equivocada de la inscripción del Papa San Dámaso, confunde a San Hipólito con otro mártir del mismo nombre y afirma que murió descoyuntado por un tiro de caballos salvajes en la desembocadura del Tíber. En un himno refiere que siempre había sido curado de sus enfermedades de cuerpo y alma cuando había ido a pedir auxilio a la tumba de San Hipólito y agradece a Cristo las gracias que le ha concedido por la intercesión del mártir. El mismo autor asegura que la tumba de San Hipólito era un sitio de peregrinación, frecuentado no sólo por los habitantes de Roma, sino por los cristianos de sitios muy remotos, sobre todo el día de la fiesta del mártir: "La gente se precipita desde la madrugada al santuario. Toda la juventud pasa por ahí. La multitud va y viene hasta la caída del sol, besando las letras resplandecientes de la inscripción, derramando especias y regando la tumba con sus lágrimas. Y cuando llega la fiesta del santo, al año siguiente, la multitud acude de nuevo celosamente... y los anchos campos apenas pueden contener el gozo del pueblo." Otra prueba de la gran veneración en que los fieles tenían a San Hipólito, es que su nombre figura en el canon de la misa ambrosiana de Milán.
En 1551, se descubrió en el cementerio de San Hipólito, en el camino de Tívoli, una estatua de mármol del siglo III que representa al santo sentado en una cátedra; las tablas para calcular la Pascua y la lista de las obras de San Hipólito están grabadas en ambos lados de la cátedra. La estatua se halla actualmente en el Museo de Letrán.
Hasta muy recientemente han empezado a reconocer los historiadores la importancia de San Hipólito en la historia de la Iglesia romana. Butler escribió un siglo antes de que se descubriesen los Philosophumena.Aun las excelentes páginas que escribió sobre San Hipólito Mons. Duchesne en suHistoire ancienne de l´Eglise necesitan ser completadas por el descubrimiento de R. H. Connolly, quien demostró que la llamada "Orden de la Iglesia de Egipto" data de la época de Hipólito y constituye la base de las famosas "Constituciones Apostólicas" (cf. Texts and Studies de Cambridge, vol. III, n. 4, 1916). Acerca de la personalidad y los escritos del presbítero Hipólito, véase Lightfoot, Apostolic Fathers, vol. II, pp. 316-477, y el excelente artículo de Amann en DTC., vol. VI, cc. 2487-2511. A. d´Alés, La théologie de S. Hippolyte (1906) es también una obra de valor. Ver también G. Dix, The Treatise of the Apostolic Tradition (1937); G. Bovini, Sant´ Ippolito (Studi di antichita cristiana, 1943); y B. Botte, en la colecciónSources Chrétiennes (la Tradición Apostólica y el Comentario de Daniel, 1947). Algunos historiadores se niegan todavía a admitir que Hipólito sea el autor de los Philosophumena. El himno de Prudencio es el noveno del Peristephanon(Migne, PL., vol. LX, cc. 530 ss.) Es imposible determinar con certeza si el escritor Hipólito se identifica con el santo que se venera en Porto. La leyenda del descoyuntamiento es, a lo que parece, una pura invención; pero Prudencio afirma que había en la tumba un fresco que representaba el incidente. Hipólito fue sepultado en el cementerio de la Vía Tiburtina, frente a San Lorenzo; por ello, se inventó la leyenda de su participación en el martirio del diácono romano. Véase Delehaye en CMH., pp. 439-440; y H. Leclercq, en DAC., vol. VI, cc. 2409-2483.

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