EL ESPÍRITU SANTO EN LOS PADRES DE LA IGLESIA
Clemente Romano
Didaché
Epístola de Bernabé
Ignacio Antioquía
Policarpo de Esmirna
Justino
Atenágoras
Asterio de Amasea
El Espíritu Santo y las Escrituras:
"La fe en Cristo consolida todas estas cosas. Pues El mismo
(Cristo), por medio del Espíritu Santo, nos llama de esta manera:
Venid, hijos, escuchadme, os enseñaré el temor del Señor (Salm
33,12ss.)" (·Clemente-Romano-san, Carta a los Corintios XX,1).
"Os habéis adentrado en las Sagradas Escrituras, que son
verdaderas, que son por el Espíritu Santo" (Clemente Romano,
Carta a los Corintios XLV,1).
El Espíritu derramado sobre la comunidad:
"Así os fue dada a todos una paz profunda y radiante, un deseo
continuo por las buenas obras; y una efusión plena de Espíritu
Santo vino sobre todos" (Clemente Romano, Carta a los Corintios
II,2).
El Espíritu en los apóstoles y ministros:
"Ahora bien, (los apóstoles) habiendo recibido el mandato y
plenamente ciertos por la resurrección del Señor nuestro Jesucristo
y reafirmados en la palabra de Dios, salieron llenos de la certeza del
Espíritu Santo a dar la buena nueva de que el reino de Dios estaba
por llegar. Y así, pregonando el mensaje en comarcas y ciudades,
establecieron a los que eran primicias entre ellos, probándolos en el
espíritu, como obispos y diáconos de los que habrían de creer"
(Clemente Romano, Carta a los Corintios XLII,2-3).
El Espíritu don de la gracia:
"¿Acaso no tenemos un único Dios, un único Cristo, un único
Espíritu de gracia que ha sido derramado sobre nosotros y una
única llamada en Cristo?" (Clemente Romano, Carta a los Corintios
XLVI,6).
El juramento por los tres nombres divinos:
"Aceptad nuestro consejo y no tendréis que arrepentiros. Porque
vive Dios y vive el Señor Jesucristo y el Espíritu Santo, la fe y la
esperanza de los elegidos: el que con sentimientos de humildad
junto a una perseverante moderación, sin echarse atrás, obra las
sentencias y mandamientos dados por Dios, ése estará colocado y
será ilustre entre el número de los salvados por Jesucristo, por
medio del cual a El la gloria por los siglos de los siglos. Amén"
(Clemente Romano, Carta a los Corintios LVIII,2).
De la carta de san Clemente primero, papa, a los Corintios (Caps.
7, 4-8, 3; 8, 5-9, 1; 13, 1-4; 19, 2: Funk 1, 71-73. 77-78. 87):
Fijemos con atención nuestra mirada en la sangre de Cristo, y
reconozcamos cuán preciosa ha sido a los ojos de Dios, su Padre,
pues, derramada por nuestra salvación, alcanzó la gracia de la
penitencia para todo el mundo.
Recorramos todos los tiempos, y aprenderemos cómo el Señor,
de generación en generación, concedió un tiempo de penitencia a
los que deseaban convertirse a él. Noé predicó la penitencia, y los
que lo escucharon se salvaron. Jonás anunció a los ninívitas la
destrucción de su ciudad, y ellos, arrepentidos de sus pecados,
pidieron perdón a Dios y, a fuerza de súplicas, alcanzaron la
indulgencia, a pesar de no ser del pueblo elegido.
De la penitencia hablaron, inspirados por el Espíritu Santo, los
que fueron ministros de la gracia de Dios. Y el mismo Señor de
todas las cosas habló también, con juramento, de la penitencia
diciendo: Por mi vida -oráculo del Señor-, juro que no quiero la
muerte del malvado, sino que cambie de conducta; y añade aquella
hermosa sentencia: Cesad de obrar mal, casa de Israel. Di a los
hijos de mi pueblo ´Aunque vuestros pecados lleguen hasta el cielo,
aunque sean como púrpura y rojos como escarlata, si os convertis a
mi de todo corazón y decis: "Padre", os escucharé como a mi pueblo
santoª.
Queriendo, pues, el Señor que todos los que él ama tengan parte
en la penitencia, lo confirmó así con su omnipotente voluntad.
Obedezcamos, por tanto, a su magnífico y glorioso designio, e,
implorando con súplicas su misericordia y benignidad, recurramos a
su benevolencia y convirtámonos, dejadas a un lado las vanas
obras, las contiendas y la envidia, que conduce a la muerte.
Seamos, pues, humildes, hermanos, y, deponiendo toda jactancia,
ostentación e insensatez, y los arrebatos de la ira, cumplamos lo
que está escrito, pues lo dice el Espíritu Santo: No se gloríe el sabio
de su sabiduría, no se gloríe el fuerte de su fortaleza, no se gloríe el
rico de su riqueza; el que se gloríe, que se gloríe en el Señor, para
buscarle a él y practicar el derecho y la justicia; especialmente si
tenemos presentes las palabras del Señor Jesús, aquellas que
pronunció para enseñarnos la benignidad y la longanimidad.
Dijo, en efecto: Sed misericordiosos, y alcanzaréis misericordia;
perdonad, y se os perdonará; como vosotros fijáis, así se os hará a
vosotros; dad, y se os dará; no juzguéis, y no os juzgarán; como
usaréis la benignidad, así la usarán con vosotros; la medida que
uséis la usarán con vosotros.
Que estos mandamientos y estos preceptos nos comuniquen
firmeza para poder caminar, con toda humildad, en la obediencia a
sus santos consejos. Pues dice la Escritura santa: En ése pondré
mis ojos: en el humilde y el abatido que se estremece ante mis
palabras.
Como quiera, pues, que hemos participado de tantos, tan grandes
y tan ilustres hechos, emprendamos otra vez la carrera hacia la
meta de paz que nos fue anunciada desde el principio y fijemos
nuestra mirada en el Padre y Creador del universo, acogiéndonos a
los magníficos y sobreabundantes dones y beneficios de su paz.
Clemente Romano escribe la carta a los de Corintio en torno a los
años 96-98 d.C. Texto y bibliografía: Clemente de Roma, Carta a los
Corintios, edición bilingüe preparada por J.J. Ayán Calvo, Fuentes
Patrísticas 4, Edit. Ciudad Nueva, Madrid 1994; Véase J. Pablo
Martín, El Espíritu Santo en los orígenes del cristianismo,
Pas-Verlag, Zürich 1971.
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